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LA RELIGIÓN DEL HINCHA

Publicado: 2017-10-09

Escribe: Alejandro Rivas

Una nueva versión del Padre nuestro circula en redes sociales: “No nos dejes caer en la eliminación y llévanos a Rusia. Amén”. Octubre siempre ha sido el mes más religioso del año, aunque ahora el tradicional color morado ha sido reemplazado por el rojo y el blanco.

Aquí el fútbol es religión: la campaña #confeperu, promovida por ATV, apela a la fe por la clasificación; en Ventanilla, una pareja de novios hace noticia casándose con la camiseta de la selección; evocando el fervor de las procesiones religiosas, hinchas emocionados se movilizan a cualquier lugar en el que la selección se encuentre; se empiezan a vender, a manera de reliquias, las “orejas” de Florez y las “manos” de Gallese; binchas, camisetas, posters y toda una línea de merchandising se adquieren con más devoción con la que se compran rosarios y escapularios.

Es que ser hincha es una cuestión de fe. Aunque a algunos les parezca ilógico, Perú ya clasificó, sí, en la fe del pueblo. Esto irrita a muchos devotos del fútbol, pero ¿no se supone que así funciona la fe? El hincha cree y nadie tiene derecho a menospreciar su convicción. El hincha tiene certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve. Por supuesto, siempre están los tomases que dudan, pero ellos olvidan que “al que cree, todo le es posible” (Mc 9:23). ¿Por qué cerrarnos a la posibilidad de los milagros? Los argumentos basados en la historia y las estadísticas no hacen mella en la fe del verdadero hincha. Los fríos y racionales cálculos no son mayores que el fervor futbolero. No interesan tampoco las probabilidades matemáticas: allí donde haya un 0,0001% de probabilidad, ¡allí puede ocurrir el milagro! Pero, ¿acaso el milagro no está ocurriendo ya?: ¿no le ganamos a Brasil con la “patita el cuy”?, ¿no obtuvimos los puntos en mesa ante Bolivia?, ¿no ganamos por primera vez en Quito y en Asunción?, ¿no sobrevivimos a los gauchos en la Bombonera? “Así es” –parece decir el hincha devoto- “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.

Resurge una suerte de sentimiento cósmico, de confianza en el destino, en la mano de Dios. Una serie de indicios, de coincidencias cósmicas se concatenan a manera de señales que presagian la clasificación: el TAS nos dio tres puntos, dos jugadores se abrazan y los números de sus camisetas forman el 2018 y, en una suerte de karma universal, el mismo jugador argentino que nos eliminó metiendo un gol en el 85 (Ricardo Gareca) es el que puede ser reivindicado por el universo llevándonos al mundial, ahora como Director Técnico de nuestra selección. “Nada es casualidad, por algo pasan las cosas”, rezan los devotos del fútbol. Además, aunque el hincha no esté en la cancha o ni siquiera esté en el estadio en el que se juegan los partidos, confía en que su apoyo y aliento tiene algún peso o influencia en el universo. El hincha reza, hace votos, canta, alaba, por la sencilla razón de que confía en que su oración será escuchada.

El fútbol integra, nos une. ¿Qué diría el padre de la sociología, Emile Durkheim, que tanto habló de la función integradora de la religión, al ver lo que el fútbol puede hacer entre nosotros? El dicho dice que, para no pelear, nunca hay que hablar de política, de religión o de fútbol, ¿de fútbol?, ¡pero si no paramos de hablar de fútbol!

Por otro lado, no hay que olvidar que, como suele ocurrir con las cuestiones religiosas, no todos creen de la misma manera. Se reprocha la fe oportunista, la del hincha que cree en la selección solo cuando hay chances de clasificación (esos son los creyentes “no practicantes”). También están los escépticos, los ateos del fútbol, que lo ven como opio del pueblo. Están los que comparten la alegría de las victorias, pero que modulan su fe con altas dosis de realismo, cuidándose del triunfalismo. También están los fanáticos y fundamentalistas, y, como una minoría, aquellos profetas en el desierto que, sin dejar de ser hinchas, señalan la incoherencia de confundir el amor a la patria con el amor a la camiseta y nos advierten del error de reemplazar la pasión por la justicia con la pasión por un simple juego. A estos últimos deberíamos escucharlos más.

Dicen que el fútbol es lo más importante de las cosas sin importancia. Aquí, en Perusalén, tierra rica, diversa y hermosa, pero gobernada por diversos tipos de injusticia, el fútbol no es una simple afición, sino una pseudo-religión. Como hizo Cristo con la religión de su tiempo, quizá llegue el día en que esta pseudo-religión pueda ser renovada. Cuando ello ocurra, la camiseta será de carne y hueso; la pasión por los goles, lo será por la justicia; el lamento, ya no será por las derrotas, sino por la exclusión, la pobreza y la corrupción; ya no se hablará de once seleccionados haciendo noticia, sino de gente íntegra incapaz de ser corrompida; y los estadios llenos, serán reemplazados por miles de personas que se involucran en los problemas sociales que oprimen a nuestro país. Pero para clasificar a ese mundial necesitaremos fe verdadera, lucha y trabajo constantes.


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Un grupo de evangélicos comprometidos con la justicia y misericordia de Dios en la esfera pública


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