#ElPerúQueQueremos

¿Pena de muerte?: una respuesta evangélica

Publicado: 2017-11-08

Por Alejandro Rivas

El sentir popular reclama la muerte del violador y es apremiante tener empatía con las víctimas. Sin embargo, luego del debate mediático de las últimas semanas, parece ser que muchos son los argumentos que pesan en contra de la pena de muerte.  

El derecho nos dice que ir contra los tratados implicaría nuestra desvinculación del sistema internacional de protección de derechos humanos, algo sumamente peligroso que nos recuerda las oscuras épocas del fuji-montesinismo. Desde las ciencias sociales y las políticas públicas, nada nos asegura que los asesinatos o delitos sexuales disminuirán de aprobarse la ejecución de los victimarios. Desde la psicología, no parece que el asesino o violador se inhiba de cometer el delito solo por saber lo que le espera después. Desde la ética, parece incoherente que un Estado que pretende alentar el valor de la vida y la dignidad humanas, termine diciendo que unos seres humanos (los delincuentes) valen menos que otros. Finalmente, la debilidad institucional de nuestro poder judicial ha llevado a terribles errores (recordemos el caso del “monstruo de Armendáriz”) y, si de empatía con las víctimas se trata, también está el sufrimiento de los familiares del agresor ejecutado. Hay demasiado en juego para limitarnos al sentimiento popular.

Si las diversas disciplinas han dicho algo al respecto ¿qué podría aportar la religión?, ¿tiene la religión algo que decir? Creemos que sí.

¿Qué pensamos los evangélicos sobre la pena de muerte? La fe evangélica –es bueno resaltarlo- es plural, expresa diversas opiniones, alberga diversas interpretaciones bíblicas sobre la pena de muerte, pero creemos que unas son mejores que otras.

Nos distanciamos, por ejemplo, de interpretaciones como las expresadas por el político evangélico Humberto Lay, quien, durante la campaña electoral del 2015, se mostró a favor de la pena de muerte. Según Lay, “En el Antiguo Testamento está el ojo por ojo, el diente por diente y vida por vida. Y en el Nuevo Testamento, el apóstol Pablo lo ratifica cuando dice que el juez no lleva en vano la espada, sino que es el vengador de Dios para castigar al malo”. Para él, como para muchos evangélicos, la pena de muerte es válida porque está en la Biblia.

Interpretaciones como estas, sin embargo, poseen grandes limitaciones. Por una parte, solo pueden ser aceptadas por quienes creen en la Biblia, de modo que son incapaces de persuadir a aquellos ciudadanos que no creen en ella. Por otra parte, se centran únicamente en el respeto por el texto bíblico, y no en las necesidades humanas o en las razones que otros ofrecen con relación al tema, de modo que se desvincula así el texto de la realidad humana.Además, se toma a la ligera los contextos: si la pena de muerte es aceptada en la Biblia lo es por la sencilla razón de que ella era culturalmente aceptable en la época en que se escribió. Si el apóstol Pablo consiente el uso de la “espada del magistrado” (Ro 13:4), lo hace en el marco de un régimen imperial (el romano), no en el de una democracia. En realidad, posturas como la de Humberto Lay reflejan una particular manera de interpretar la Biblia y la vida misma: un sobredimensionado valor de la letra, un literalismo excesivo (probablemente heredado del fundamentalismo teológico norteamericano). 

No obstante, la fe cristiana ofrece diversos principios para valorar lo humano de una manera más integral, radical y profunda. Los hombres son hechos a imagen y semejanza de Dios (Gn 1:27), y la vida humana, en la lógica del cristianismo, es realzada a través de un Dios que se hace hombre (Fil 2:7). El amor cristiano se muestra como un valor que comprende las limitaciones y debilidades humanas, pues todos somos susceptibles de equivocarnos, de desviarnos. La visión de un Jesús amigo de los pecadores proporciona una visión esperanzadora de la humanidad: la radical aceptación y comprensión del pecado es capaz de suscitar en él arrepentimiento y cambio. No obstante, esta valoración radical de lo humano no está reñida con la justicia en el ámbito secular ni está dispuesta a ser cómplice de la impunidad. Lo que la Biblia ofrece, pues, no son recetas o soluciones directamente aplicables -a la manera de un manual- sin que importen los contextos y los razonamientos; lo que ella ofrece son principios cuya aplicación debe ser evaluada por los creyentes en cada contexto.

Desde esta perspectiva, la de la radical valoración de lo humano, la fe evangélica pregunta de manera frontal a la ciudadanía: ¿Cómo surge un violador? Se trata de una pregunta profunda, que no se contenta con ciertos aspectos de lo humano sino que apela a su totalidad. Es una pregunta que busca comprender, ahondar en las raíces de la maldad, evitando así quedarnos en la superficie de la estigmatización, del odio o del dolor. Pueden haber varias respuestas: “son enfermos mentales”, “son monstruos depravados”, “son gente mala”. Pero la verdad es que ninguna de estas respuestas es completa. Los asesinos y violadores por lo general no son enfermos mentales, sino que actúan intencional y voluntariamente, pero tienen un trasfondo que va más allá de lo individual. La información más objetiva de la que disponemos ya nos habla de un “perfil” del violador. Si bien no todos los violadores son iguales, ni todos operan por los mismos motivos ni con las mismas tácticas, los estudios (1),(2),(3) demuestran que en una gran mayoría de casos estos han sido afectados por circunstancias ajenas a su voluntad: familias desestructuradas, maltrato infantil, violencia en el hogar, problemas en el vínculo de apego con el progenitor, distorsión de roles familiares, pautas de crianza autoritarias, abuso sexual, una crianza machista y autoritaria, internalización de patrones de conducta violentos por parte de los progenitores, crianza en ambientes delincuenciales, abandono, etc. Es común que el perfil de un violador se haya ido configurando por cuestiones que no dependían exclusivamente de él.

Aunque haya una responsabilidad individual que justifica que el violador vaya a la cárcel, lo cierto es que no todos los violadores se hacen a ellos mismos. En una gran mayoría de casos estos son víctimas de su entorno familiar, de la sociedad, de la cultura, de la violencia de los otros. Los violadores son culpables como cualquier otro delincuente, sí, y deben responder ante la ley con sanciones proporcionales a los terribles delitos que han cometido. Sin embargo, es posible contemplar objetivamente a muchos violadores como víctimas de un daño recibido.

Aquí entra el argumento contra la pena de muerte. Admitir una mirada objetiva del violador como ser dañado nos revela ciertas inconsistencias: si el Estado tiene el deber de ofrecer a todos las mismas oportunidades ¿por qué no lo hizo con los potenciales violadores? Si la ciudadanía tiene la obligación de respetar los derechos de los demás, ¿por qué ciertos ciudadanos no educaron, apoyaron, trataron bien o salvaguardaron al potencial violador?, ¿acaso no fueron ciudadanos aquellos que, en mayor o menor medida, lo dañaron? Acabar con la vida del violador es responsabilizarlo por los crímenes cometidos, pero, además de ello, es responsabilizarlo por aquellas cosas que, sin desearlo, experimentó, recibió y que hicieron de él el criminal que es ahora. Esto no parece justo.

Con lo expuesto no tratamos de decir “pobrecitos los violadores”, ni aminorar su responsabilidad. ¡No se nos confunda! Nuestro respeto y sentido de justicia hacia la condición de las víctimas así lo exige. No obstante, tratamos de demostrar con objetividad lo que hay en juego cuando se elimina la vida de tan oscuros personajes.

De ahí que penas estrictas o incluso la cadena perpetua puedan ser opciones válidas a ser barajadas para ajusticiar a los violadores, pero no la pena de muerte. Desde la radical perspectiva cristiana de la comprensión de lo humano estar en contra de ella viene a ser un acto de justicia. De ahí que la verdadera solución vendrá cuando todos, creyentes y no creyentes, nos comprometamos desde mucho antes con la educación, la prevención, la crianza positiva, la equidad de género y la crítica a una cultura machista, adultocéntrica y autoritaria. 

Notas

(1) Perfil psicológico de delincuentes sexuales. Un estudio clínico con el MCMI-II (Millon, 1999) 

(2) Características de los abusadores sexuales Electra González, Vania Martínez, Carolina Leyton, Alberto Bardi. 

(3) http://www.justiciaviva.org.pe/penademuerte/perfil_sicologico/perfil_psicologico_colombia.pdf


Nota importante: 

Quienes escribimos en el blog "El Profeta" somos evangélicos que emitimos nuestras opiniones según nuestras libertades de opinión, expresión y conciencia. Nuestra voz no representa al mundo evangélico ni a ninguna iglesia en particular.


Escrito por

elprofeta

Un grupo de evangélicos comprometidos con la justicia y misericordia de Dios en la esfera pública


Publicado en

El Profeta

Un blog dirigido por cristianos comprometidos con la justicia de Dios en la esfera pública. Otra iglesia, sociedad y política son posibles